Por Adrián Barahona

El pasado 15 de noviembre, orquestado desde el segundo piso de La Moneda, un grupo de dirigentes de todo el espectro político se reunieron en las dependencias del ex Congreso, a fin de encontrar una salida política a la crisis que estaba viviendo el país.

Después de muchas horas de negociaciones, a las 3 de la mañana presentaron el famoso “acuerdo por la paz”, del que apenas algunos se habían restado, el Partido Humanista, entre estos.

Producto de ello, la clase política impulsó una agenda electoral para terminar con la Constitución de la dictadura. El objetivo no era malo, pero resultó en que, hasta el día de hoy, las demandas que costaron decenas de vidas, al menos 500 traumas oculares y varios miles de manifestantes heridos, siguen sin siquiera discutirse. El gobierno había recibido un salvavidas, lo conectaron a un respirador artificial y gracias al apoyo de una fragmentada oposición, pudo mantenerse en el poder hasta el día de hoy, aprovechando el respiro para enviar leyes que criminalizan la protesta y profundizan el modelo económico actual.

Hoy, el gobierno convoca nuevamente a todo el espectro político para alcanzar un acuerdo amplio, producto del mal manejo que han tenido por la pandemia. La lógica es la misma, el gobierno está en cuidados intensivos y la oposición tendrá que salir a rescatarlo y, con ello, compartir no sólo la responsabilidad política de esa alianza, sino lo que es peor, compartir la responsabilidad humana por los enfermos y los muertos.

Este mal gobierno está repitiendo el libreto. Cuando la gente salió a la calle en octubre, aburrida de 30 años de malos tratos y promesas falsas, respondió con las armas. Para el mal gobierno, la gente hastiada de la miseria es un enemigo poderoso que debe combatirse con represión. Cuando la gente llenó las calles de color en las marchas más multitudinarias que ha habido en toda la historia del país, el gobierno respondió con soberbia, intentando minimizar el alcance de esa expresión de rechazo a sus políticas y, sobre todo, a la indolencia de esa clase política enceguecida transversalmente por el poder.

Ahora, el mal gobierno está pidiendo, de nuevo, ayuda a esa misma clase política, justo cuando se hizo evidente que el manejo de la pandemia estaba siendo altamente ineficiente. El mal gobierno se hizo el sordo cuando los especialistas le dijeron lo que había que hacer para superar la crisis sanitaria, y solo cuando la presión social era demasiado grande, aceptaron conformar una mesa de trabajo, que, en la práctica, solo sirvió para calmar y aislar a los protagonistas, al colegio médico y a las universidades, y prolongar sus políticas nefastas, las mismas que ahora se derrumban como “un castillo de naipes”

El mal gobierno está empeñado en compartir su fracaso con todos, haciéndolos co-responsables del desastre sanitario que se está viviendo. Lo más triste de todo es que esos políticos adictos a la figuración caerán nuevamente en la trampa y se sentarán a conversar de temas intrascendentes mientras el gobierno continuará con su plan de salvataje a las grandes empresas, su único interés, porque al mal gobierno solo le interesa la economía y la riqueza de unos pocos.

Sentarse a conversar con este gobierno no debiera implicar lo de siempre, ir a escuchar su interminable perorata de tiempos mejores. Sentarse a conversar con este mal gobierno debe ser para exigirles que las decisiones las comiencen a tomar quienes saben del tema y no los economistas, que las decisiones las tomen las y los especialistas en salud pública y epidemiología, los médicos y médicas, los representantes de los funcionarios de la salud, todas y todos los involucrados directamente y día a día; mientras el consejo de ministros y el Presidente definen única y exclusivamente las medidas para entregar la subsistencia básica y universal para que toda la gente pueda quedarse realmente en casa.

Lo más probable es que esto no ocurra, que en La Moneda sigan hablando de economía, de negocios, de utilidad y libre mercado, porque ese es el lenguaje que aprendieron y con el que pretenden manejar hasta el último detalle de nuestras vidas.

Obviamente, para eso, no estamos disponibles.