Lobito llegó al PH después de la campaña del Juntos Podemos en la que Tomás fue candidato presidencial. Junto a otro militante comunista le habían encomendado la misión de “proteger” al candidato. Lo hizo con una disciplina férrea. Una vez, por ejemplo, durante la marcha del día del trabajador, se interpuso entre el chorro del guanaco y Tomás con la convicción de quien tiene una misión que cumplir.
Terminada la campaña, llegó un día al PH. –Quiero ser parte de ustedes-, le dijo a Michely Bravo. –Pero Lobito, tú ya eres parte de nosotros-, le contestó ella. –Pero es que yo quiero algo más, ser militante-.
Así fue como se hizo militante del PH y se hizo conocido por ir a todas las marchas, a todas las movilizaciones, donde hubiera que ir, portando su bandera naranja.
Como la movilización social era su vida, se buscó un trabajo que le permitiera ir a todas. Tomó el turno de noche de conserje en un edificio de San Miguel. Así, por las noches cuidaba del edificio, dormía un rato cuando se terminaba su turno, y luego de descansar un corto momento, tomaba su bandera y se iba a la movilización.
El 2012 fue candidato a concejal por Pudahuel, pero no le gustó. Ser tan visible no era lo suyo. Lo de Lobito era ir codo a codo con la gente, ser parte de lo colectivo.
En esa búsqueda, años más tarde Lobito se sumó al proyecto del MPMR, y con sus nuevas banderas, siguió yendo a todas y cada una de las actividades callejeras a las que pudo ir. Ahí nos seguíamos encontrando, en esa marea humana que, gracias a la revuelta de octubre, volvió a llamarse pueblo.
Lobito se merecía un funeral lleno de banderas, con todos los amigos y amigas que hizo en su vida militante. Por la pandemia no podrá ser, pero nos queda claro que, aunque su cuerpo nos haya abandonado, nos seguiremos encontrando cada vez que salgamos a la calle gritando, como a él le gustaba, ¡venceremos!