Por Ignacio Torres, militante Humanista

Desde hace unos años, la efeméride conocida antes como “Día de la Hispanidad”, “Descubrimiento de América” o “Encuentro de Dos Mundos” ha evolucionado positivamente en múltiples sectores de la sociedad hacia una conmemoración de la resistencia índigena en el continente, reconociendo y revalorizando la lucha de los pueblos originarios. Sin embargo, esta evolución conlleva una paradoja: se retrotrae el conflicto a un remoto día de 1492, hace más de cinco siglos, y se responsabiliza de todos los males a un viejo imperio que colapsó hace más de doscientos años. Aquello tiene un beneficiado claro, muy interesado en que la atención esté puesta en la vieja España: el Estado de Chile en particular y las Repúblicas Latinoamericanas en general.

La mirada hacia tan atrás en el tiempo no es nueva. De hecho, la llamada “Leyenda Negra” tuvo notables expositores en los historiadores liberales del siglo XIX que estaban comprometidos con la construcción y consolidación del Estado moderno en el país. Entre las mitificaciones fundantes del Estado de Chile estuvo la caracterización del periodo colonial como una época barbárica y violenta, contrapuesta a la luz ilustradora del nuevo estado, independiente, racional y nacional. Aquella historia se escribía justo en los años en que ese mismo estado se consolidaba y expandía, arrasando con el Pueblo Mapuche en las tierras donde por más de trescientos años los descendientes de Lautaro habían resistido al Imperio Español.

Es que, como los mismos historiadores mapuche lo han dicho, durante tres siglos los mapuche se enfrentaron en una guerra de larga duración con la mayor potencia del mundo de la época y tuvieron una extensa relación al nivel de dos estados de la época, beligerantes entre sí, pero que se reconocían mutuamente. Ningún Virrey español en Lima dijo jamás que “los mapuche no existían”, que “se habían extinguido” o que eran “una raza inferior”. Por el contrario, la burocracia imperial española fue consciente de la fuerza mapuche y estableció una Capitanía General, con un destacamento militar permanente, para enfrentar seriamente la situación. Y aquello llevó a períodos de aguda beligerancia, a otros de relajamiento de las hostilidades, a intercambios comerciales y hasta a Parlamentos y negociaciones diplomáticas del más alto nivel posible en la época.

Para ser precisos, fue el moderno Estado de Chile el que conquistó el país Mapuche, arrebató tierras, escolarizó a la fuerza a niños y les prohibió hablar su lengua originaria. En estos días se dice “No fue Descubrimiento, fue Genocidio”, pero el genocidio de los Selknam no sucedió en un remoto año de 1492, sino que recién a principios del siglo XX, con motores de combustión y escopetas avanzando por la Patagonia. El idioma Kunza, hablado por los atacameños, resistió las invasiones a San Pedro de Atacama por parte de los Imperios Tiawanaku, Inca y Español y el control nominal del Estado Boliviano; pero cuando el Estado de Chile se hizo con el control de ese territorio, a fines del siglo XIX, el idioma Kunza desapareció para siempre de la faz de la tierra. La Compañía Explotadora de Isla de Pascua trastocó profundamente el modo de vida en Rapa Nui… desde 1895, al amparo del Estado de Chile.

La paradoja del 12 de Octubre, en definitiva, se trata de creer que la violencia hacia los pueblos indígenas en Chile es una muy antigua tragedia originada en el siglo XV, cuyo responsable es un viejo imperio que ya desapareció, olvidando que los padecimientos actuales de las primeras naciones del país tienen su gesta precisamente en el moderno Estado de Chile, en épocas históricamente no tan lejanas, a manos de los próceres que engalanan con sus nombres las principales avenidas de nuestras ciudades, y a través de instituciones que aún hoy están vigentes. O sea, si vamos a reivindicar el 12 de Octubre como Día de la Resistencia Indígena, que no sea para creer en la Maldición de la Malinche, en el destino trágico del que no hay vuelta, sino para aprender y comprender mejor como las acciones del Estado del que somos parte han conllevado violencia, discriminación y empobrecimiento a múltiples comunidades y cómo la acción política y social puede revertir esa historia y construir un futuro distinto. Que para eso nos sirva la memoria: para construir otro futuro.