Nicolás Filipic Massó. 19.05.2020.
No pasa un día sin que las pantallas de los televisores, los titulares de los diarios y el mundo digital proclamen al unísono y con estridencia el avance de infecciones y muertes provocadas por el galope del coronavirus (Covid-19). Estos verdaderos partes de guerra contra un “enemigo invisible” ocultan, sin embargo, el fragor de una guerra despiadada que permanece silenciada: la que libra el Sistema para mantener y acrecentar su control sobre la sociedad en los tiempos caóticos que dicta una pandemia.
Hoy no existe una conflagración mundial generalizada. Sin embargo, los pocos que mucho tienen olfatean que la desintegración social sobrevuela su reinado con una intensidad, rapidez y profundidad inéditas. Más allá de las diferencias de régimen político, este terremoto amenaza a las estructuras más profundas del Sistema global y abre las puertas a la búsqueda de un nuevo mundo.
El enemigo de este orden social está, sin embargo, fragmentado en mil pedazos. Son los miles y millones de ciudadanos de a pie, confinados a la intimidad del aislamiento impuesto por una cuarentena, cuyo futuro se desconoce. Esta pasividad les ofrece, sin embargo, la oportunidad única de reflexionar sobre las causas de la irracionalidad e injusticia del mundo que los rodea. Se empieza a recorrer este camino cuando se cuestiona el carácter natural del acontecer cotidiano y de los valores que le dan sentido. Si este telón se levanta, una realidad dominada por pujas despiadadas entre intereses sectoriales distintos y muchas veces antagónicos empieza a salir a la superficie. El viento que levanta este entrevero disipa fugazmente el humo que oculta las raíces del poder.
Algunos creen que después del coronavirus el mundo occidental habrá cambiado y el Estado volverá a reinar sobre la mano invisible del mercado. Este tipo de razonamiento desconoce que el Estado ha intervenido fuertemente en las economías para imponer en las últimas décadas políticas neoconservadoras que provocaron fuertes transferencias de ingresos y de riqueza desde el 99% de la población hacia 1% más rico. El problema entonces, no es si el Estado sustituye a la mano invisible del mercado sino, más bien, cuáles son los intereses que se expresan a través de las políticas de Estado en cada momento de la historia que nos toca vivir.
En los últimos meses el coronavirus tuvo un impacto brutal sobre la economía y la política de diversos países. Sin embargo, de esto no se desprende un inexorable debilitamiento futuro del orden social establecido. La foto del presente permite vislumbrar una descomunal pelea por acumular mayor poder económico y político. Este es, sin embargo, sólo un momento de un largo proceso que recién comienza. Su desarrollo dependerá de la relación de fuerzas existente entre los distintos intereses sociales en pugna. Una cosa sin embargo es cada vez más evidente: la posibilidad de un mundo diferente después del coronavirus dependerá del grado de participación activa de los ciudadanos de a pie en la búsqueda de un nuevo mundo.
Ya no hay tiempo para declamar la solidaridad. Esta debe construirse con actos concretos, que revelen quién es quién en este entrevero.